Vivir sin complicarnos la vida resulta en la mayor parte de las ocasiones algo inevitable. Ya no sólo porque a veces no nos reconozcamos ni a nosotros mismos, desconociendo lo que nos sucede o qué es eso que sentimos. El problema es que a los demás les suele pasar eso mismo, y cuando el encuentro se produce todo puede pasar. En nuestro encuentro con alguien, normalmente en persona (aunque sin descartar la posibilidad de que nos ocurra incluso tras un teléfono hoy en día), influye en qué situación está cada uno.
A veces un encuentro puede ser predecible, porque conoces a la persona y sus reacciones habituales; sin embargo, creo que siempre se mantiene el "factor sorpresa", aunque lamentablemente no podamos afirmar que por ser sorpresa resulte siempre para bien. Siempre habrá algo que no nos dijo o que no nos comentó, algo que aprender. Si lo supiéramos todo sobre una persona, si nada nos sorprendiera nunca, creo que no tendrían mucho sentido las relaciones.
Compartir es lo que mejor define el encuentro, das algo de ti y el otro te da algo. En ocasiones no lo damos todo y otras veces no nos queda casi ni una gota de lo que tenemos. Nos descubrimos cuando la confianza se asoma o nos escondemos cuando desaparece sin previo aviso. Nos acercamos o alejamos sin saber por qué. No hay una pauta que defina cómo será, qué pasará la próxima vez. Supongo que ahí está el truco, en un cierto misterio que da paso a que se manifieste lo improvisado.
Sin embargo, el encuentro puede venir determinado por todas esas cosas que no nos decimos, la verdad que ocultamos a quienes nos enfrentamos. Esa verdad oculta que se convierte en mentira, que rompe relaciones o las daña. Ese silencio incierto que rompe mil esquemas. Las palabras que aunque están dentro no salen. El orgullo que envuelve el desencuentro y lo prolonga, como si no pudiera pararse el tren que llega puntual y arreglado a la cita. Los miedos disfrazados de baobabs que irrumpen en el camino con sus raíces, para que no cometas de nuevo el error de confiar en alguien, para que al fin y al cabo lo cometas por miedo y dejes de dar lo mejor de ti. La falsa superioridad que determina como norma el "no arrastrarse o rebajarse", como si luchar por algo que te importa resultara más indigno que esperar que sea otro quien esté mirando siempre donde pisas.
Verdades o mentiras que duelen, pero que a pesar de todo, son necesarias. Todo resulta menos claro si lo dejamos guardado en un rincón oscuro. Se cubre cada vez de más polvo y oscuridad si no le permitimos salir a la luz. Porque a lo mejor las cosas que llevamos dentro y no decimos, se teñirían de claridad y podrían dejar libre el rincón oscuro que le permitimos ocupar...
A veces un encuentro puede ser predecible, porque conoces a la persona y sus reacciones habituales; sin embargo, creo que siempre se mantiene el "factor sorpresa", aunque lamentablemente no podamos afirmar que por ser sorpresa resulte siempre para bien. Siempre habrá algo que no nos dijo o que no nos comentó, algo que aprender. Si lo supiéramos todo sobre una persona, si nada nos sorprendiera nunca, creo que no tendrían mucho sentido las relaciones.
Compartir es lo que mejor define el encuentro, das algo de ti y el otro te da algo. En ocasiones no lo damos todo y otras veces no nos queda casi ni una gota de lo que tenemos. Nos descubrimos cuando la confianza se asoma o nos escondemos cuando desaparece sin previo aviso. Nos acercamos o alejamos sin saber por qué. No hay una pauta que defina cómo será, qué pasará la próxima vez. Supongo que ahí está el truco, en un cierto misterio que da paso a que se manifieste lo improvisado.
Sin embargo, el encuentro puede venir determinado por todas esas cosas que no nos decimos, la verdad que ocultamos a quienes nos enfrentamos. Esa verdad oculta que se convierte en mentira, que rompe relaciones o las daña. Ese silencio incierto que rompe mil esquemas. Las palabras que aunque están dentro no salen. El orgullo que envuelve el desencuentro y lo prolonga, como si no pudiera pararse el tren que llega puntual y arreglado a la cita. Los miedos disfrazados de baobabs que irrumpen en el camino con sus raíces, para que no cometas de nuevo el error de confiar en alguien, para que al fin y al cabo lo cometas por miedo y dejes de dar lo mejor de ti. La falsa superioridad que determina como norma el "no arrastrarse o rebajarse", como si luchar por algo que te importa resultara más indigno que esperar que sea otro quien esté mirando siempre donde pisas.
Verdades o mentiras que duelen, pero que a pesar de todo, son necesarias. Todo resulta menos claro si lo dejamos guardado en un rincón oscuro. Se cubre cada vez de más polvo y oscuridad si no le permitimos salir a la luz. Porque a lo mejor las cosas que llevamos dentro y no decimos, se teñirían de claridad y podrían dejar libre el rincón oscuro que le permitimos ocupar...
"Supongo que es una forma como otra cualquiera de decirte que me importas más de lo que jamás seré capaz de aceptar.
Pero todo eso que conste que sólo lo supongo.
Ahora ya podemos seguir, que hay que disimular.”
(Risto Mejide)

Comentarios
Publicar un comentario
Comenta tus propios atropellamientos...