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Ojos que no ven aunque el corazón sienta...

Últimamente caí en la cuenta de que tal vez una roca en un camino no se pueda quitar. Por mucho que intentes tirarla abajo, puede no moverse si no tienes la fuerza suficiente para hacerlo. Puede que a veces tengas que rodearla porque no te queda otra y no puedes pararte a dedicarle más tiempo. Otras veces, es posible que simplemente por su tamaño, no consigas moverla en un sólo intento. Quizás necesites dejar que caiga por su propio peso después de haberla empujado un par de veces.

Algunos tal vez piensen en coger otro camino alternativo, para evitar encontrarse con la piedra. Si no la ven, no les molesta. O eso puede parecer... Sin embargo, aún cogiendo otro camino, saben que la piedra seguirá obstaculizando aquel camino por el que ya no transitan. Es como evitar ver para no sentir, aunque en el fondo sientas que ahí estará siempre. Puede que sea una forma egoísta e incluso cobarde de verlo, pero no siempre elegimos lo mejor. De ahí que nos equivoquemos y aprendamos de ello. Puede que sea la única forma de aprender que a veces perdemos caminos que podrían habernos traído lo mejor, pero que decidimos abandonar y retroceder por una piedra. Por no intentar apartarla ni romperla en cachitos, o porque tememos que nos vaya a caer encima y no tengamos fuerza para soportar su peso.

Pero existen también los que se quedan, los que a pesar de todo se quedan a observar la piedra para ver cómo la sacan, los que deciden que quieren ir por el camino y no retroceder ante nada. Éstos a su vez también pueden resultar ciertamente tercos e insistentes, como si su único propósito fuera sacar de su camino la piedra. Eso tampoco acaba siendo muy propicio para ellos, su empeño por la piedra puede llevarles a la frustración por no poder moverla ni un milímetro. Entonces es como si su vida dejara de tener sentido, como si el no poder sacar esa piedra les incapacitara para resolver cualquier otra cosa. Convirtiéndolos en seres tristes y confusos, consumidos por su propia frustración. A veces incluso culpan a los demás de haber puesto la piedra, sin caer en la cuenta de que ellos también fueron los artífices de su presencia. Y eso en ocasiones los lleva también a huir como los anteriores, a querer dejar de sentir, tomando otro camino diferente donde ya no vean aquello que tanto daño les hizo.

Sin embargo, no son los únicos que se enfrentarían a la piedra. Siempre quedan los ingeniosos, los que le dan su equilibrada importancia, los pacientes. Esos que esperarían el momento oportuno para que se despertara su ingenio, esos que buscarían la mejor alternativa por muy disparatada y rara pareciera a otros. Esos son los fuertes, los que son capaces de luchar por lo que les importa, los que apartan las piedras de su camino aunque no puedan destruirlas, pero al menos no les impide seguir en él.

Porque aunque a veces no quieras ver, tu corazón no puede dejar de sentir...


"Las farolas son como las personas importantes de tu vida.
Por mucho que las ignores, ellas no se van.
Por inútiles que te parezcan a plena luz del día, ellas no se van.
Por mucho que creas que ya no las necesitas.
Ellas se quedan.
Ahí están. Siempre al lado del camino. Todo lo cerca que se puede estar sin molestar.
Sin buscar protagonismo, sin llamar tu atención.

Se conforman con que tú sepas que están ahí.
Que no se mueven.
Ni se moverán.
Que cuando llegue la noche y las busques y las necesites…
Ellas allí seguirán.
Dispuestas a darte toda su luz.
Y el día en que se apaguen, porque un día se apagarán…
Ojalá haya otras que quieran seguir alumbrándote."

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