Por mucho que a veces nos empeñemos en disimularlo, lo que los demás piensan o dicen sobre nosotros nos importa. La cuestión sería ver el grado en que nos afecta su opinión. Cuando toca tomar alguna decisión, creo que es inevitable que, además de lo que nosotros queremos, nos preocupe lo que los otros quieren o lo que los demás esperan que hagamos.
Digamos que en esa situación cabrían dos opciones: tener en cuenta o no tener en cuenta.
Cuando decidimos incluir en nuestra decisión la opinión de los demás, a veces podemos correr el riesgo de que eso acabe pesando más, y que lo que queremos nosotros quede más de lado. Con lo cual, probablemente acabaríamos haciendo lo que esperan de nosotros, y no lo que deseamos.
En caso de no tenerlo en cuenta, me parece que también podríamos estar tal vez cayendo en otro problema. Aunque dependerá del caso ante el que nos encontremos, es posible que caigamos en una cierta independencia mal entendida. Quiero decir, el no contar (me refiero en absoluto) con las opiniones de los demás, podría estar llevándonos a que sólo nosotros tenemos la razón, y que desechamos todo aquello que los demás opinen sobre el tema porque están equivocados. Y puesto que vivimos dentro de una sociedad, quizás eso pueda acabar por dejarnos al margen de ella.
Obviamente estas dos posturas serían totalmente opuestas y radicales, por lo que no me parecía muy sano optar por ninguna de ellas. Creo que las cosas no son ni blancas ni negras, y que debemos de estar abiertos a un gris mucho más amplio y con diversos matices. Lo ideal en mi opinión, sería poner en la mesa todo aquello que nosotros queremos y también todo lo que los demás nos dicen. Y luego como si de un escritorio se tratase, iríamos ordenando y viendo lo que nos sirve y lo que no. Y hecho esto, puede que ya estuviéramos listos para decidir. Digo puede, porque tal vez sólo poner razones sobre la mesa no sea lo único que nos vale para decidirnos.
A veces incluso disponiéndolo todo, puede que no lo tengamos claro. Podemos estar casi seguros de que es lo que más nos conviene, pero a lo mejor eso tampoco es suficiente. Necesitamos el riesgo, el impulso para tomar la decisión y arriesgarse a lo que venga. No es seguro que vayamos a acertar, pero tampoco lo sabremos si no lo hacemos. Y creo que esto suele ser lo que más cuesta...Algunas de las razones puede estar claras, que tememos equivocarnos, que nos da miedo que vayamos a pasarlo mal, que puedo perder la comodidad en la que vivo...E incluso que muchas veces no nos arriesgamos por no ir "a contracorriente".
Debido a nuestra condición de humanos, necesitamos relacionarnos con los demás, pero en ocasiones llegamos al punto de querer ser todos "iguales", de no salirnos de lo socialmente establecido y aprobado. Aficiones: "Me gusta escuchar música, salir con mis amigos..." parece la respuesta habitual a qué te gusta hacer, por decir un ejemplo. Y...¿Acaso así podrá saber alguien algo de ti que te sea "propio"? O lo mítico de tal día hay que salir, porque si te quedas en casa o decides hacer otra cosa, es como raro. Digamos que creo que nos cuesta salir de lo normal, probar lo nuevo, pero tal vez no lo nuevo que hace todo el mundo, porque ahí como que seguiríamos el recorrido establecido como normal.
Porque creo que lo bonito de la vida son esas cosas diferentes, eso que te arriesgas a hacer a pesar de ir "a contracorriente". Y eso no quiere decir que vayas a estar solo, sino que tal vez encuentres a otros que van en dirección contraria igual que tú, que te acompañarán en tu camino. Y entonces te darás cuenta que ninguna dirección es la correcta...

Cuando decidimos incluir en nuestra decisión la opinión de los demás, a veces podemos correr el riesgo de que eso acabe pesando más, y que lo que queremos nosotros quede más de lado. Con lo cual, probablemente acabaríamos haciendo lo que esperan de nosotros, y no lo que deseamos.
En caso de no tenerlo en cuenta, me parece que también podríamos estar tal vez cayendo en otro problema. Aunque dependerá del caso ante el que nos encontremos, es posible que caigamos en una cierta independencia mal entendida. Quiero decir, el no contar (me refiero en absoluto) con las opiniones de los demás, podría estar llevándonos a que sólo nosotros tenemos la razón, y que desechamos todo aquello que los demás opinen sobre el tema porque están equivocados. Y puesto que vivimos dentro de una sociedad, quizás eso pueda acabar por dejarnos al margen de ella.
Obviamente estas dos posturas serían totalmente opuestas y radicales, por lo que no me parecía muy sano optar por ninguna de ellas. Creo que las cosas no son ni blancas ni negras, y que debemos de estar abiertos a un gris mucho más amplio y con diversos matices. Lo ideal en mi opinión, sería poner en la mesa todo aquello que nosotros queremos y también todo lo que los demás nos dicen. Y luego como si de un escritorio se tratase, iríamos ordenando y viendo lo que nos sirve y lo que no. Y hecho esto, puede que ya estuviéramos listos para decidir. Digo puede, porque tal vez sólo poner razones sobre la mesa no sea lo único que nos vale para decidirnos.
A veces incluso disponiéndolo todo, puede que no lo tengamos claro. Podemos estar casi seguros de que es lo que más nos conviene, pero a lo mejor eso tampoco es suficiente. Necesitamos el riesgo, el impulso para tomar la decisión y arriesgarse a lo que venga. No es seguro que vayamos a acertar, pero tampoco lo sabremos si no lo hacemos. Y creo que esto suele ser lo que más cuesta...Algunas de las razones puede estar claras, que tememos equivocarnos, que nos da miedo que vayamos a pasarlo mal, que puedo perder la comodidad en la que vivo...E incluso que muchas veces no nos arriesgamos por no ir "a contracorriente".

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